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lunes, 11 de febrero de 2008

Evitar la violencia en la escuela

ENTRE los problemas que afectan al sistema educativo español, es preciso prestar especial atención a la violencia escolar. Las agresiones físicas y el culto a la ley del más fuerte son fenómenos cotidianos en los mensajes que niños y adolescentes reciben por muy diversos medios. Muchos profesores son víctimas del deterioro de las reglas más elementales de convivencia, y si los padres de alumnos se suman a esta ola de violencia, la crisis puede ser imparable. De ahí que la opinión pública siga con expectación el juicio iniciado la semana pasada en Barcelona por la presunta agresión de unos padres a dos maestras y un conserje de un colegio público. De acuerdo con la petición de la Fiscalía, de la Generalitat y del Ayuntamiento, el juzgado de lo Penal analiza los hechos como un posible delito de atentado, y no como una simple falta, de manera que los padres hacen frente a una eventual condena de más de un año de prisión. Con independencia de las circunstancias particulares de este caso, que deberá determinar el órgano judicial, es evidente que cualquier acción violenta tiene que ser eliminada de la vida escolar. La escuela no sólo sirve para transmitir conocimientos, sino también -muy especialmente- para educar en los valores propios de la convivencia en paz y en libertad. El fracaso en la transmisión de estas reglas elementales es una fuente segura de desarraigo y de criminalidad potencial. Por eso los poderes públicos tienen que exigir el cumplimiento estricto de las normas por parte de todos los integrantes de la comunidad escolar.
Por desgracia, proliferan las noticias sobre autoridades académicas incapaces de ejercer sus funciones y profesores que sufren ansiedad y depresión ante la imposibilidad de mantener un orden mínimo en las aulas. En una edad tan delicada para su formación, los jóvenes tienen que ser conscientes de que el respeto y la corrección en las formas son exigencias mínimas ante cualquier situación. Los padres tienen que contribuir a ello en lugar de ponerse siempre de parte de sus hijos y transmitirles así una falsa sensación de impunidad ante su mal comportamiento. La cuestión es compleja y exige la contribución de todos, sin demagogia ni retórica vacía. Una cosa es expresar las discrepancias por los cauces establecidos y otra muy distinta amedrentar a los demás a base de golpes y amenazas. El caso de Barcelona ha quedado visto para sentencia, y habrá que estar atentos a la decisión judicial. Con carácter general, lo importante es poner los medios no sólo para sancionar, sino también para prevenir estas conductas, que deben ser atajadas con el objetivo de alcanzar un nivel razonable de convivencia en nuestras escuelas.

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